Hace algunos meses fue lastimosamente Mauricio Clark quien reabrió el debate sobre la homosexualidad y la conversión por un tuit en el que aseguró que su homosexualidad es «cosa del pasado». Claro, en ningún momento Clark confesó haber acudido a las terapias de conversión, pero muchos tuiteros aseguraron que su «cambio» se debe a este método no penalizado en México.
Es por ello que, nos asombró cuando en la telenovela ‘Mi marido tiene más familia’ se tocara el tema de las terapias de conversión como solución para que se solucionaran los problemas de “homosexualidad” que vive nuestra pareja favorita de la televisión mexicana ‘Aristemo’.
Pero, ¿qué son las terapias de conversión? De acuerdo con el informe de Violencia contra Personas Lesbianas, Gay, Bisexuales, Trans e Intersex en América, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reportó tener conocimiento de la existencia de supuestas «terapias» dirigidas a modificar la orientación sexual e identidad de género, y las rechazó.
Deben saber que con la finalidad de prohibir y sancionar las llamadas «terapias de conversión o curativas» que pretenden modificar la orientación sexual e identidad de género de las personas, el diputado Jorge Álvarez Máynez planteó reformas al Código Penal Federal y a la Ley General de Salud.
Lo anterior por considerar que son «un atentado al derecho de la libre construcción de la personalidad, supone una agresión y es causa de discriminación y violencia», de acuerdo con la iniciativa que presentó en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión.
TC., un chico homosexual de 19 años, habló hace dos años con el Huffington Post sobre cómo sobrevivió a las prácticas de las terapias de conversión. Para proteger su integridad, pidió que su nombre real no fuera revelado.
Fue obligado a participar en esas prácticas en 2012, cuando tenía 15 años y sus padres se enteraron de su homosexualidad. La terapia de conversión ocurrió en el sótano de una iglesia, después del horario escolar. A él y a sus padres les dijeron que la terapia tendría dos diferentes etapas.
«El primer paso –que suele durar seis meses– es cuando te ‘deconstruyen como persona’. Sus tácticas aún me traumatizan. Incluían terapia de aversión, terapia de choques, acoso y, en ocasiones, abuso psicológico. Su objetivo era que nos odiáramos a nosotros mismos por ser LGBTQ (la mayoría de nosotros éramos homosexuales, pero había todo tipo de jóvenes)».
«El segundo paso del programa era ‘reconstruir nuestra imagen’. Nos quitaban todo lo que nos hacía únicos como personas y nos hicieron caminar, hablar, ser como robots para complacer a Dios. Nos reenseñaron todo lo que creíamos saber. Cómo comer, caminar, vestirse, creer, incluso respirar. Al final del programa, ya no éramos personas».
Contó que la terapia de conversión se hacía de lunes a viernes con sesiones de electrochoques que duraban cerca de una hora y con terapia de aversión que duraba hasta tres horas.
¡Digan no a la terapia de conversión!