Es sorprendente enterarte que en la Cuba profunda aún cuesta aceptar a los homosexuales. Peor se les juzga si son negros. Muchos creen que están presos en una raza y un cuerpo equivocados.
Como el caso de Marcelo quien de día es maestro en una escuela. «Todos se burlan de mí. El director del colegio, el claustro de profesores y los alumnos. Ser negro y homosexual es demasiado. Un dirigente sindical me dijo que debía disimular mi mariconería porque es un mal ejemplo para el alumnado», cuenta entristecido.
Por su biotipo, Marcelo tiene pinta de base de la NBA. De noche, se siente un hombre libre. Tras dos horas de maquillaje, una peluca de cabellos castaños, saya ajustada al cuerpo y una cartera Louis Vuitton de imitación, sale a la caza de clientes.
«Cobro 40 pesos por sexo oral y 80 por la completa. Pero si el cliente me gusta, me voy gratis. Me encanta el travestismo. Mi sueño es cantar o bailar en un cabaret gay. O desfilar en una carroza en el carnaval de Río de Janeiro», confiesa.
Cuba ha cambiado. Hace 15 años, Marcelo hubiera sido condenado a dos años de cárcel por «conducta impropia, exhibicionismo y prostitución». En los años duros de Fidel Castro, las autoridades prohibían las conductas homosexuales.
Orlando, un peluquero mestizo, vivió en carne propia las arbitrariedades del régimen. «Estuve preso tres veces solo por ser maricón. Ya perdí la cuenta de las veces que fui forzado a practicar el sexo con guardias de la prisión».
Nació en un barrio pobre de la Habana Vieja. «Pero luego nos mudamos para la Víbora. He tenido muchísimas broncas con guapos del barrio que intentaban menoscabarme. Mi familia es un caos. Mi difunta madre coleccionaba maridos como si fueran barajas. Tengo hermanos negros, mulatos y blancos. Desde niño me gustan los hombres. No me prostituyo, soy gay por vocación, no por necesidad», subraya Orlando con su pelo teñido de rubio.