Frente a una sociedad que arremete en contra de quienes no tienen un pensamiento cuadrado o conformista, hay personas que creen que de verdad se puede tener un futuro mejor.
Salvo la heterosexualidad, no existe identidad sexual que excluya una apasionada lucha social. Más allá de la libertad de expresión y el hecho de poder llegar a lo que uno aspira, detrás de cada consigna LGBTTTIQ se encuentra un extenso historial de marchas, lucha, lágrimas y dolor que no pueden ser olvidados. Gracias a la nuestra percepción binaria del sexo —porque hay que aceptar que no hemos superado del todo esta rigidez del pensamiento—, esta comunidad se ha visto orillada a crecer y expresarse en una marginalidad extremadamente insultante.
Incluso dentro de la comunidad, hay quienes exigen a sus compañerxs no ser «tan homosexuales» y que, al menos en las calles, guarden la compostura para no dar una mala imagen ante la sociedad. Sin embargo, algo de lo que al parecer no están enteradas muchas personas es que esa sociedad a la que intentan proteger es la descripción perfecta de una escena decadente a la que las buenas costumbres se le resbalaron de las manos. Discriminación, miedo y violencia son tres palabras que describen mucho mejor a aquellos seres dotados de una sensibilidad exagerada que no les permite ni siquiera aceptar que hay quienes no encajan con sus definiciones o «exigencias sociales».
No se puede luchar por el derecho a ser uno mismo pretendiendo ser igual que el resto. La humanidad no se puede asumir como una masa homogénea en donde todo mundo se viste, comporta y piensa de la misma manera. Cada individuo es, más que un miembro activo de la sociedad, una expresión y un universo completamente nuevo al que vale la pena adentrarse para comprender que lo único ofensivo detrás de toda esta variedad social es el hecho de que tenemos que recurrir a la autocensura en pos de la comodidad del otro.
Para fortuna de muchos, incluso en sitios tan cerrados a la libertad como los países de la región andina —Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú— donde la homosexualidad es un tema que se trata con extremo cuidado. Gays, lesbianas y transexuales han comenzado a manifestar su amor libremente en espacios públicos y frente a la mirada atónita de cientos de personas que de alguna manera festejaban no vivir en una «zona gay». Sin embargo ahora son ellos quienes festejan y ejercen una libertad que por derecho humano les pertenece.
Escenas como las que se aprecian en las fotografías de Elena R. Flores nos demuestran que estas personas han decidido alzar la voz de formas nunca antes vistas. Las Drag Queens bolivianas que aparecen en estas imágenes nos demuestran que los puños en contra de la sociedad y sus normas absurdas comienzan a levantarse de una manera festiva, pero igualmente fuerte; estas reinas no toman las calles, sino escenarios donde sus propuestas son escuchadas e incluso aplaudidas por quienes las tacharon de ser «anti-naturales».
Sólo encarando nuestra realidad y asumiendo que tenemos entre las manos un problema serio, podremos darnos cuenta de que lo único anti-natural este mundo es prohibirle a las personas ser tal como son. En otras palabras tener orientaciones, posturas u opiniones distintas no debería arrebatarle sus derechos a nadie por considerarlo «menos humano»; al contrario, estas diferencias son las que le otorgan mucho más valor a las personas y es por ello que debemos seguir luchando para que sigan fortaleciéndose.