La literatura ha encontrado en el amor (y el desamor) homosexual su caja de resonancia más potente. La historia está llena de personajes conmovedores como La Loca del Frente que escribió Pedro Lemebel en su preciosa Tengo miedo torero, también el Gustav von Aschenbach y el Tadzio con los que Thomas Mann ilustró el amor solitario que puede sentir un hombre viejo por la juventud de otro; el realista Valentín Arregui y el soñador y quijotesco Molina que Manuel Puig narró en El beso de la mujer araña o las Theresa y Carol sobre las que Patricia Highsmith levantó su novela Carol.
En muchas obras de teatro, poemas y novela se cuenta mucho más que la naturaleza individual para oponerla a la ley y la sociedad. Ocurrió con Oscar Wilde y De profundis, aquella carta dirigida a su amante Lord Alfred Douglas desde la cárcel del Reading, donde cumplía condena por el delito de sodomía, e incluso, en el siglo siguiente, el poeta y disidente cubano Reinaldo Arenas, quien fue objeto de persecución por ambos motivos y dedicó amargas páginas a su encarcelamiento y su exilio. Por razones históricas y distintas, hay exclusión y castigo en la circunstancia de los dos escritores.
La relación con la política se expresa en distintos autores, uno de ellos Michal Witkowski, quien en Lovetown (Anagrama) narra la historia de Patrycja y Lukrecja son dos travestis que crecieron en un Estado comunista. El autor crea un paisaje ideológico y temporal ya que a través de «drag queens polacas, exchaperos, conejitas de discoteca y todos los tipos imaginables de gays», habla de los cambios políticos políticos de los 80 y su impacto en la vida de los hombres gays.
Escritores como la británica Jeanette Winterson abren la experiencia individual como visor cultural y social.
Adoptada por una pareja evangélica de escasos recursos, Winterson fue educada en el estricto dogma evangélico pentecostal. Cuando a los 16 años confesó a su madre que amaba a una mujer. Ella le dio dos opciones: “O te vas de esta casa y no vuelves nunca más o dejas de ver a esa chica”.Tras abandonar el hogar en el que hasta entonces había crecido, entró en Oxford para estudiar Filología Inglesa. Su encuentro con esa experiencia cultural la contó en Fruta prohibida (1985), su primera novela, que más tarde se adaptó a la BBC y que le valió a la escritora el premio Whitbread Award a la mejor ópera prima.
¿Cómo y de qué forma cuaja en el siglo XX una literatura homosexual escrita por mujeres? Casi siempre como un acto de reafirmación frente a una sociedad donde el amor lésbico es todavía más rechazado y estigmatizado. En las páginas de Dos damas muy serias Jane Bowles utiliza a su personaje Frieda Copperfield como un elogio de la libertad y la independencia. Una mujer que quiere lograr su felicidad terrenal y que no duda en abandonar a su marido para irse a vivir con una joven prostituta panameña.
Del otro lado, Bowles confecciona un personaje como Christina Goering, una mujer rica, solterona y proclive al misticismo, que entra en la vorágine de las aventuras con desconocidos.
Ese díptico que componen la libertad y desafío de Frieda frente a la auto-destrucción y soledad de Christina sobrepasan el propio tema homosexual para apuntar a una reflexión literaria y estética. El rechazo, el deseo, la pasión o la soledad son comunes a todos los seres humanos, homosexuales y heterosexuales, pero justamente lo que recoloca esos sentimientos es el contexto donde se producen. Cuando Lemebel narra el amor homoerótico frustrado en la dictadura de Pinochet en verdad cuenta muchas formas de violencia soterradas en ese desamor.
Carol es un ejemplo perfecto de la forma en que la sociedad americana permanecía encerrada en una estructura conservadora.
Esta novela de Patricia Highsmith, que fue llevada al cine por Todd Haynes, fue chazada por sus editores a causa de su temática lésbica, apareció en 1951 con el título de El precio de la sal y bajo el pseudónimo de Claire Morgan. Años más tarde, se reimprimió con el título de Caroly el verdadero nombre de su autora. En esa edición se añadió un prólogo donde explicaba las razones que entonces la obligaron a ocultarse y su satisfacción porque hubiera ayudado a otras lesbianas. El libro vendió cerca de un millón de ejemplares.