Sam Brinton era estudiante de educación media -el equivalente a la ESO en Estados Unidos- cuando sus padres lo llevaron a una terapia para “curarle la homosexualidad”. Ahora cuenta su experiencia para denunciar las torturasque sufrió de niño en Florida a principio de la década de los 2000.
Sam Brinton lo cuenta de la siguiente forma:
Me senté con un consejero en un sofá durante dos años en unas sesiones emocionalmente dolorosas. Me decía que la fe demi comunidad rechazaba la homosexualidad, que yo era una abominación, que yo era la única persona gay del mundo, que era inevitable que cogiera el VIH y SIDA.
Pero también había torturas físicas:
Mi terapeuta me ataba a una mesa y me aplicaba hielo, calor y electricidad mientras era forzado a ver vídeos de hombres gays dándose la mano o manteniendo relaciones sexuales. Se suponía que debía asociar esas imágenes al dolor y convertirme en un chico heterosexual, pero no funcionó.
En esas sesiones me di cuenta de que soy gay y eso nunca cambiará. Una de las premisas de la terapia de conversión es que ser gay es algo que escoges. No lo puedes escoger. Naces siéndolo.
Testimonios como este, aparecido en el New York Times, deben poner de relieve que ningún terapeuta, por más títulos que tenga, debe tener la potestad para tratar de esta forma a una persona, y todavía menos a un niño. En Estados Unidos las terapias de conversión son legales en 41 estados. Por suerte en España este tipo de actividades son ilegales, aunque siempre hay quien intenta reactivarlas.