Nacido el 6 de junio de 1875 en la costa báltica de la actual Alemania, resulta complicado encasillar a un autor tan trascendental como Thomas Mann. Orden y sensibilidad, tradición y fantasía o sensatez y locura son varias cualidades antagónicas que le atribuyó el crítico literario Carlos Pujol a un Premio Nobel complejo cuya obra y vida no puede entenderse sin su condición de escritor, judío y homosexual reprimido en relación con el contexto histórico que le tocó vivir.
Apenas superada la veintena, este escritor de corte individualista ya destacaba en el panorama internacional de la literatura. En 1901 publicó Los Buddenbrook, una novela que narra la decadencia de una adinerada familia de comerciantes de Lübeck entre los años 1835 y 1877, abarcando cuatro generaciones de la familia. Una década más tarde escribiría uno de sus grandes éxitos, La muerte en Venecia, un breve relato ambientado en una Venecia azotada por un brote de cólera en el que la enfermedad pasa a un segundo plano para dotar de protagonismo al amor irracional que siente el protagonista por un joven polaco de cabellos dorados.
La primera década del siglo XX en Mann no se puede comprender sin su militarismo e ideología conservadora. Su emergente calidad literaria venía acompañada de un nacionalismo feroz. Se sumó al entusiasmo por la Primera Guerra Mundial y en 1917, cuando la derrota alemana era evidente, invirtió en bonos de guerra tras la venta de su casa en Baviera.
Sin embargo, el fin de la guerra y la irrupción de la República de Weimar supuso un punto de inflexión en Mann. Los llamados felices años veinte y la relativa aceptación de la homosexualidad en ciertos sectores de la sociedad alemana —Berlín llegó a considerarse «capital de los gays»— permitieron al escritor exteriorizar su homosexualidad de manera más asidua.
Asimismo, el auge de nuevas fuerzas que atentaban contra la libertad le inclinaron cada vez más hacia la izquierda. Thomas Mann veía que el final de la guerra y la aparición de Hitler y el nacionalismo terminaban con aquella Alemania idílica que había plasmado en su obra. Aquel individualismo que siempre le había caracterizado se extendió a un colectivo, a una preocupación social. Eso sí, jamás abandonó ese sentimiento germanófilo que tanto tiempo le había acompañado. «En Alemania los más descontentos con el espíritu alemán han sido siempre los más alemanes», afirmó alegando que no podía desposeerse de su procedencia.
Fue en esta época de despertar político cuando su familia comenzó a padecer una serie de desgracias que le perseguirían toda la vida. En 1927 se ahorcó su hermana por problemas económicos y una grave adicción a la morfina —en 1910 se había suicidado su otra hermana, de nombre Carla, tras un desamor—. Pocos años más tarde, una vez los nazis llegados al poder, se aprobó la Ley de Restauración de la Función Pública y todos los «no arios» fueron expulsados de teatros, orquestas, museos, escuelas e instituciones de investigación subvencionados por el Estado.
Se inició entonces un éxodo de actores, autores y escritores entre los que se encontraban Thomas Mann y su hermano Heinrich Mann, conocido antinazi que había sido expulsado de la Academia Prusiana de Letras. En aquella primera oleada de migración también se encontraban Georg Kaiser o Bertolt Brecht.
Estados Unidos fue el país que acogió a Thomas Mann y a su familia. Su hijo Golo, de tendencia comunista y homosexual, tuvo que cruzar la frontera francesa hacia España para finalmente llegar a Norteamérica. Y es que toda su familia estuvo envuelta en una defensa férrea que condenaba el nazismo. «La lucha contra Hitler, primero en Alemania y luego en el exilio, fue el compromiso político central de su vida», pronunció el biógrafo de Thomas, una frase que fácilmente podría extrapolarse a la vida de su esposa Katia y sus hijos.
Su hijo Klaus, reconocido escritor y abiertamente homosexual a diferencia de Golo y su padre, compartía su simpatía por la hoz y el martillo al igual que su hermano y su hermana Erika, quien terminó casándose con el poeta W. H. Auden. No obstante, el suicidio volvería a golpear a la familia Mann: Klaus se quitó la vida de sobredosis el 21 de mayo de 1949. Este acontecimiento destrozó a Erika, quien se sentía muy unida a Klaus.