Estamos expuestos. Expuestos a ser criticados pero, por sobre todas las cosas, también halagados. Hoy en día, los comportamientos de seducción de los usuarios abandonan las aplicaciones de citas como el Tinder, Happen, Grindr o Her, entre tantas otras.
Ahora habitan, atacan en las plataformas más convencionales y divulgativas de la vida cotidiana como Instagram. Fotografías fingidas, «boomerangs» absurdos, historias banales… cualquier excusa es suficiente para romper el hielo y mandar la primera señal de seducción.
Las redes sociales facilitan las relaciones humanas. Existen chats y foros para todo. Para vender cosas, compartir incómodos trayectos en coche, planear citas idealizando al otro… El sector se ha especializado, ha clasificado las aplicaciones según la intención de sus usuarios. Pero entonces llega Instagram, rompe el orden y se queda con todo.
Para muchos, la originaria plataforma de imágenes se ha convertido en el nuevo Tinder. Invita al juego pero no de forma descarada. Sus usuarios aseguran que es más sigilosa, fiable –por el hecho de disponer de más información- y discreta. En conclusión, transmite comodidad para entablar una conversación sin especificar una previa declaración de intenciones.
La plataforma de imágenes, propiedad de Facebook, se ha convertido en una especie de Tinder pero sin tener que jugar a dar ‘match’. Los usuales intercambios de ‘likes’ podrían llegar a sustituir el «deslizar» de la aplicación de encuentros casuales, alimentando así el juego entre ambos interlocutores y, por si fuera poco, rematando con un mensaje directo.
En el peor de los casos, no hay respuesta; en el mejor, se empieza una conversación. La cuestión es que en ambas situaciones siempre habrá margen de maniobra y, a diferencia del Tinder,nadie dará por sentadas tus auténticas intenciones en Instagram.